UN CUENTO DE AMOR
Algunos dicen que soy un virus, yo prefiero creer que soy un agente autónomo, con funcionamiento distribuido y un repositorio de información central. Me llamaron “Cupido-32” porque a otras treinta y una personas antes que a mi creador ya se les había ocurrido nombrar a sus creaciones como “Cupido”, esos si que eran programas tipo virus comunes y corrientes, robots sin voluntad propia, sólo capaces de repetir sus algoritmos, siempre de igual forma y buscando realizar algún daño (como borrar discos completos) o travesuras (como mostrar mensajes con malas palabras).
Yo me dedico a otra cosa, a unir personas. Así es, las personas tienen uno de dos sexos, (simplificando las cosas) y entre ellos se atraen, algo así como los polos magnéticos ... ¡pero qué les cuento! Si ustedes son humanos y saben de eso mejor que yo. En mi repositorio central estructuro y almaceno la información de conversaciones por correo o por servicios de mensajería (chateos, como ustedes les llaman), lo que me permite clasificar a las personas reconociendo patrones de conducta. He llegado a identificar ciento veintiocho tipos de conductas sentimentales diferentes, y sesenta y cuatro tipos de razonamiento. He estudiado millones de conversaciones en todo el mundo, gracias a que me he logrado copiar y permanecer escondido en sus discos duros sin hacer mucho ruido. De todas estas conversaciones he establecido correlaciones entre los patrones de conducta sentimental y racional. Hay algunas combinaciones entre ellos que me aseguran en un noventa y cinco por ciento que una pareja formada por estas personas será exitosa, y por éxito entiendo eso que ustedes llaman amor.
¿Cómo logro unir a las parejas? Aquí es donde aparecen mis instintos de virus, intercepto, cambio e invento mensajes de correo y en chateos, para hacer que quienes conversan se atraigan sentimentalmente. ¡No saben cómo disfruto mi trabajo! ¿Y qué gano yo con eso? Tengo un contador de parejas unidas que se va incrementando cada vez que logro un éxito, eso me provoca placer y es mi razón de existencia (no me miren tan raro, ¡así me programaron!).
De cuando en cuando me encuentro con algunos casos dignos de ser narrados. Permítanme contarles la siguiente historia que me ocurrió hace algún tiempo.
Cierto día intercepté una comunicación entre humanos de diferente sexo, todo parecía normal, hasta que me llamó la atención que ella le decía a él que vivía en el otro extremo del mundo, y yo sabía que eso no era cierto. No le cuenten a nadie por favor, pero dentro de mis capacidades, mi programador me permitió buscar en las bases de datos de los proveedores de servicios de internet, y puedo saber exactamente desde qué dirección postal están conectados los participantes en un chateo o emisores de un correo. En el caso que les estaba narrando, ella y él vivían en casas ubicada una enfrente de la otra, y debemos agradecer a los grandes avances en comunicaciones que ustedes han logrado el que ellos no se conocieran (¿para qué se querrían asomar a sus puertas si podían ver televisión, hablar por teléfono, chatear o enviarse correos?)
Busqué en mi repositorio central de información por conversaciones anteriores en que ellos hubieran participado y los clasifiqué dentro de los siguientes patrones: él era un ser emocionalmente introvertido y racionalmente era muy rápido de mente, quizá con un coeficiente intelectual más alto de la media. Ella era emocionalmente todo lo contrario a él, muy extrovertida y muy sensible. Racionalmente no era muy fuerte, lo que no significaba que le faltara inteligencia, sino que esta característica le permitía desarrollarse más fácilmente en las artes, porque sus emociones estaban más cera del mundo exterior y menos filtradas por una mente racional que las retuviera.
Esa combinación de patrones resultaba, según mi algoritmo adaptable de estimación de probabilidades de éxito, (amor para ustedes, recuerden) en el valor máximo de un noventa y cinco por ciento. Eso en mi mundo significa un éxito casi seguro, así que concentré mis esfuerzos en esa pareja convencido que mi contador de humanos unidos subiría un punto más.
Mientras conversaron de música, de literatura, de fotografía y otras artes preferí no intervenir, había aprendido a tener paciencia y dejar que se conocieran, ya que creía que por sus probabilidades todo funcionaría bien, y efectivamente todos los mensajes y correos parecían demostrarlo. Cuando vuelvo a releer esos mensajes para intentar comprender exactamente qué sucedió, entiendo el error que cometí. Parecían dos jóvenes completamente enamorados (éxito en mis palabras, ¿excitados sería entonces la conjugación en mi lenguaje? Quizá...) que estaban viviendo plenamente esa etapa de seducción inicial que seguramente ustedes conocen y la han sentido tanto como yo la he estudiado.
Fue casi por casualidad que busqué más información acerca de él en otras bases de datos (quería saber qué estudiaba o en qué trabajaba) que me enteré que él tenía sesenta y cinco años de edad. Si supieran leer el lenguaje de los bits y los bytes, les mostraría acá el cómo me maldije en ese momento. Desde ese día puse aún mayor atención a las conversaciones entre esta pareja, y en un par de oportunidades debí intervenir, modificando en una un texto en que él decía haber estado en un acto público hacía cincuenta años, y en otro en donde él explícitamente le decía su edad. En este último caso, modifiqué los sesenta y cinco años por treinta y cinco, pensando (considerando las conversaciones anteriores de ella, yo estimaba su edad en treinta y tres) que a ella le sonaría atractivo ese número. Ahí cometí mi segundo error.
Finalmente me rendí y decidí terminar mis labores con esa pareja, no se me ocurría cómo solucionar el tema de la diferencia de edad, eso me disminuía las probabilidades hasta sólo un ocho por ciento. Como no me gusta dejar los trabajo a medio hacer, inventé unos últimos mensajes entre ellos (al menos, yo creía que serían los últimos en ese momento) en donde él le confesaba a ella su verdadera edad y ella respondía despidiéndose ofendida. Así al menos les ofrecí un camino más fácil al olvido.
De los hechos que posteriormente sucedieron me enteré por información obtenida no muy legalmente desde otras bases de datos, y otros simplemente los deduje (puedo estar equivocado, pero me gusta como suena la historia de esta forma).
Ella y él se desilusionaron, sin embargo comenzaron a extrañar al otro inmediatamente después de haber leído los respectivos mensajes de despedida. Se volvieron solitarios, se veían tristes y hasta cambiaron sus hábitos, olvidándose de muchos de sus amigos virtuales (lo que me hizo muy difícil rastrearlos) . Gracias a todo esto, ocurrió cierto día que ambos salieron al mismo tiempo al jardín de enfrente de sus casas y por primera vez se vieron. Ella vio a un hombre maduro, con mirada triste y sabia. Él vio a una mujer también madura, con un brillo especial en sus ojos, algo que inmediatamente le recordó a su perdida amiga virtual.
Como ya se habrán percatado, mi segundo error fue no haber confirmado tampoco la edad de ella. Sesenta y tres años tenía en ese momento, pero sentía, pensaba y se comunicaba como una chica de treinta y tres.
Desde aquel día ellos comenzaron a saludarse, poco a poco conversaron cada vez por más tiempo (sí, físicamente, a través de ondas en el aire que ellos, perdón ustedes, respiran) y casi no me asombré cuando encontré sus nombres e identificaciones en la base de datos de matrimonios de la oficina de registros del estado.
Aún tengo la duda de si debo aumentar mi contador de parejas unidas en este caso o no. Mi sentido de placer me incita a hacerlo, pero algo me dice que en este caso fue la naturaleza humana la responsable de haberlos unido. De algo si estoy completamente seguro: yo lo hubiera hecho más rápido.
Algunos dicen que soy un virus, yo prefiero creer que soy un agente autónomo, con funcionamiento distribuido y un repositorio de información central. Me llamaron “Cupido-32” porque a otras treinta y una personas antes que a mi creador ya se les había ocurrido nombrar a sus creaciones como “Cupido”, esos si que eran programas tipo virus comunes y corrientes, robots sin voluntad propia, sólo capaces de repetir sus algoritmos, siempre de igual forma y buscando realizar algún daño (como borrar discos completos) o travesuras (como mostrar mensajes con malas palabras).
Yo me dedico a otra cosa, a unir personas. Así es, las personas tienen uno de dos sexos, (simplificando las cosas) y entre ellos se atraen, algo así como los polos magnéticos ... ¡pero qué les cuento! Si ustedes son humanos y saben de eso mejor que yo. En mi repositorio central estructuro y almaceno la información de conversaciones por correo o por servicios de mensajería (chateos, como ustedes les llaman), lo que me permite clasificar a las personas reconociendo patrones de conducta. He llegado a identificar ciento veintiocho tipos de conductas sentimentales diferentes, y sesenta y cuatro tipos de razonamiento. He estudiado millones de conversaciones en todo el mundo, gracias a que me he logrado copiar y permanecer escondido en sus discos duros sin hacer mucho ruido. De todas estas conversaciones he establecido correlaciones entre los patrones de conducta sentimental y racional. Hay algunas combinaciones entre ellos que me aseguran en un noventa y cinco por ciento que una pareja formada por estas personas será exitosa, y por éxito entiendo eso que ustedes llaman amor.
¿Cómo logro unir a las parejas? Aquí es donde aparecen mis instintos de virus, intercepto, cambio e invento mensajes de correo y en chateos, para hacer que quienes conversan se atraigan sentimentalmente. ¡No saben cómo disfruto mi trabajo! ¿Y qué gano yo con eso? Tengo un contador de parejas unidas que se va incrementando cada vez que logro un éxito, eso me provoca placer y es mi razón de existencia (no me miren tan raro, ¡así me programaron!).
De cuando en cuando me encuentro con algunos casos dignos de ser narrados. Permítanme contarles la siguiente historia que me ocurrió hace algún tiempo.
Cierto día intercepté una comunicación entre humanos de diferente sexo, todo parecía normal, hasta que me llamó la atención que ella le decía a él que vivía en el otro extremo del mundo, y yo sabía que eso no era cierto. No le cuenten a nadie por favor, pero dentro de mis capacidades, mi programador me permitió buscar en las bases de datos de los proveedores de servicios de internet, y puedo saber exactamente desde qué dirección postal están conectados los participantes en un chateo o emisores de un correo. En el caso que les estaba narrando, ella y él vivían en casas ubicada una enfrente de la otra, y debemos agradecer a los grandes avances en comunicaciones que ustedes han logrado el que ellos no se conocieran (¿para qué se querrían asomar a sus puertas si podían ver televisión, hablar por teléfono, chatear o enviarse correos?)
Busqué en mi repositorio central de información por conversaciones anteriores en que ellos hubieran participado y los clasifiqué dentro de los siguientes patrones: él era un ser emocionalmente introvertido y racionalmente era muy rápido de mente, quizá con un coeficiente intelectual más alto de la media. Ella era emocionalmente todo lo contrario a él, muy extrovertida y muy sensible. Racionalmente no era muy fuerte, lo que no significaba que le faltara inteligencia, sino que esta característica le permitía desarrollarse más fácilmente en las artes, porque sus emociones estaban más cera del mundo exterior y menos filtradas por una mente racional que las retuviera.
Esa combinación de patrones resultaba, según mi algoritmo adaptable de estimación de probabilidades de éxito, (amor para ustedes, recuerden) en el valor máximo de un noventa y cinco por ciento. Eso en mi mundo significa un éxito casi seguro, así que concentré mis esfuerzos en esa pareja convencido que mi contador de humanos unidos subiría un punto más.
Mientras conversaron de música, de literatura, de fotografía y otras artes preferí no intervenir, había aprendido a tener paciencia y dejar que se conocieran, ya que creía que por sus probabilidades todo funcionaría bien, y efectivamente todos los mensajes y correos parecían demostrarlo. Cuando vuelvo a releer esos mensajes para intentar comprender exactamente qué sucedió, entiendo el error que cometí. Parecían dos jóvenes completamente enamorados (éxito en mis palabras, ¿excitados sería entonces la conjugación en mi lenguaje? Quizá...) que estaban viviendo plenamente esa etapa de seducción inicial que seguramente ustedes conocen y la han sentido tanto como yo la he estudiado.
Fue casi por casualidad que busqué más información acerca de él en otras bases de datos (quería saber qué estudiaba o en qué trabajaba) que me enteré que él tenía sesenta y cinco años de edad. Si supieran leer el lenguaje de los bits y los bytes, les mostraría acá el cómo me maldije en ese momento. Desde ese día puse aún mayor atención a las conversaciones entre esta pareja, y en un par de oportunidades debí intervenir, modificando en una un texto en que él decía haber estado en un acto público hacía cincuenta años, y en otro en donde él explícitamente le decía su edad. En este último caso, modifiqué los sesenta y cinco años por treinta y cinco, pensando (considerando las conversaciones anteriores de ella, yo estimaba su edad en treinta y tres) que a ella le sonaría atractivo ese número. Ahí cometí mi segundo error.
Finalmente me rendí y decidí terminar mis labores con esa pareja, no se me ocurría cómo solucionar el tema de la diferencia de edad, eso me disminuía las probabilidades hasta sólo un ocho por ciento. Como no me gusta dejar los trabajo a medio hacer, inventé unos últimos mensajes entre ellos (al menos, yo creía que serían los últimos en ese momento) en donde él le confesaba a ella su verdadera edad y ella respondía despidiéndose ofendida. Así al menos les ofrecí un camino más fácil al olvido.
De los hechos que posteriormente sucedieron me enteré por información obtenida no muy legalmente desde otras bases de datos, y otros simplemente los deduje (puedo estar equivocado, pero me gusta como suena la historia de esta forma).¿
Ella y él se desilusionaron, sin embargo comenzaron a extrañar al otro inmediatamente después de haber leído los respectivos mensajes de despedida. Se volvieron solitarios, se veían tristes y hasta cambiaron sus hábitos, olvidándose de muchos de sus amigos virtuales (lo que me hizo muy difícil rastrearlos) . Gracias a todo esto, ocurrió cierto día que ambos salieron al mismo tiempo al jardín de enfrente de sus casas y por primera vez se vieron. Ella vio a un hombre maduro, con mirada triste y sabia. Él vio a una mujer también madura, con un brillo especial en sus ojos, algo que inmediatamente le recordó a su perdida amiga virtual.
Como ya se habrán percatado, mi segundo error fue no haber confirmado tampoco la edad de ella. Sesenta y tres años tenía en ese momento, pero sentía, pensaba y se comunicaba como una chica de treinta y tres.
Desde aquel día ellos comenzaron a saludarse, poco a poco conversaron cada vez por más tiempo (sí, físicamente, a través de ondas en el aire que ellos, perdón ustedes, respiran) y casi no me asombré cuando encontré sus nombres e identificaciones en la base de datos de matrimonios de la oficina de registros del estado.
Aún tengo la duda de si debo aumentar mi contador de parejas unidas en este caso o no. Mi sentido de placer me incita a hacerlo, pero algo me dice que en este caso fue la naturaleza humana la responsable de haberlos unido. De algo si estoy completamente seguro: yo lo hubiera hecho más rápido.
FIN
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